agosto 18, 2016

MARTA Y MARÍA DOS REALIDADES DE NUESTRA VIDA...


    Meditación del texto: Lc.10, 38 - 42 Jesús en la casa de Marta y María    

.…Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.  Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía.  Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo: —Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude! Marta, Marta- le contesto Jesús-, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará…

                                          P. Marko Ivan Rupnik, S. J.   (Foto: nombreweb.com)

Ícono y explicación:
El trasfondo para entender a Marta y a María en el mosaico de Marko Rupnik, SJ,  es hacer referencia a los textos del evangelista Lucas y Juan, los cuales nos presentan las escenas de Marta y María.  En el evangelio de Lucas, María está tan absorta por el huésped que ha entrado en su casa que ha olvidado su papel tradicional de mujer, es decir, el de cuidar de la casa, servir a los hombres, dar de comer a los invitados. 
Marta, en cambio, está prisionera de su papel y ni siquiera se da cuenta. Pero sólo hay una cosa necesaria: reencontrarse en su libertad, la cual,  encuentra en  ESTAR con SU Señor. El reproche que le hace Jesús a Marta no es en nombre de una virtud de la que María sería ejemplo; por el contrario, es en  nombre de esa la libertad evangélica que María ha recibido como don, escuchando al Señor. Cristo reprende a Marta no porque haga cosas, sino porque se agita. El obstáculo para que sea libre, lo causa la agitación, donde Marta tiene una idea de lo que es necesario hacer, y como María, en cambio, no lo hace, experimenta un gran fastidio. 
En el mosaico, vemos una mesa roja, lugar de la familiaridad, de la intimidad, de la amistad. Esta mesa atraviesa el cielo y toda la creación, porque es el amor de Dios, Cristo, en efecto, más que sentarse junto a ella, parece que está sobre la mesa, porque Él es el verdadero alimento de la amistad. 
En  el evangelio de Juan 12, las hermanas Marta y María han  preparado una cena para festejar la vida de su hermano Lázaro, que se vislumbra a la izquierda del mosaico, mientras está saliendo de la tumba con las vendas que aún se están desenrollando. Y aquí encontramos la mesa de la cena de Betania. 
Un único tejido une en el mismo acto de amor, de ternura, de servicio y de contemplación, a las dos hermanas: María, más silenciosa, a los pies; Marta, la activa, que sirve, y que llega a la cima de la contemplación: ver en el maestro, en el amigo, al Hijo de Dios, es decir a Dios,  la Vida y la Resurrección. Es ella quien primero le reconoce explícitamente. Dice esto ofreciéndole un pez, es decir, «Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador». Marta es contemplativa porque logra ver en una realidad otra más profunda. 
Desde el momento en que la resurrección significa creer en Jesús VIVO, porque quien vive y cree en él no morirá para siempre (cf. Jn 11, 25), la «confesión de fe» de Marta es también la resurrección de las dos hermanas. 
Marta y María aquí parecen como entrelazadas: no está claro dónde «empieza» una y dónde «termina» la otra. Su «base» es común. 
Por eso en cada de nosotras convive un poco de Marta y un poco de María.  No se trata de dos actitudes distintas. Se trata de la misma actitud. Es la única actitud posible tras haber visto la fuerza de la resurrección. 
Observa a María, agachada, encorvada, besando los pies de Jesús. Es la actitud de la adoración. Adorar implica arrodillarse, amar, besar. Adorar a alguien es entregarle la entraña, encontrar en él la causa de nuestra alegría, la fuente de nuestra esperanza. Y es una actitud completamente irracional, desmedida, existencial. Se trata de poner toda tu personalidad a los pies del Maestro y besarle los pies. 
La actitud de Marta en realidad es la misma pero en clave activa. Adorar al Maestro tiene una segunda dimensión irrenunciable: la caridad. Amar al otro como si fuera el Maestro. 
Reflexión personal: 
María encuentra su libertad en el Señor y desde esa libertad acoge a los huésped por excelencia
  1.  ¿Desde mi libertad cómo acojo a mis hermano/as y a las huéspedes que vienen a mi casa-comunidad?
  2. ¿Qué situaciones, personas, etc. me agitan y me impiden vivir de manera sororal/fraternal mi relación con mis hermanos y los demás?
  3. ¿Mi compartir con mis hermano/as es experiencia de amistad, familiaridad e intimidad como amiga/os en el Señor?
  4. En nuestras Constituciones, se nos dice:….Vivimos nuestra consagración en y a través de nuestra comunidad, unidas por la misma fe, la misma vocación y la misma misión. Esta llamada nos desafía a respetar y apreciar la riqueza de fluye de las diferencias culturales y a esforzarnos por lograr la unidad  en la diversidad. (Const. 47).  ¿Cómo lo experimento en mi vida diaria? ¿Qué actitudes concretas procuro vivir para lograr esta unidad en la diversidad? …La comunidad no se nos da de una vez para siempre. Se desarrolla y crece a través del esfuerzo auténtico de cada hermana por reconocer, aceptar y acoger a las demás con amor…(Const. 48).













No hay comentarios.:

Publicar un comentario