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Hace
algunos días me pidieron que compartiera mi experiencia vocacional como MSC;
era difícil tratar de resumir dicha experiencia en tan poco tiempo.
Sin
embargo, recordando como Dios ha ido marcando y confirmando la llamada que me
ha hecho, recordé la historia de Antonio.
Él era un
joven de 28 años, quien tenía VIH-SIDA. Lo conocí cuando fui a colaborar a una
organización llamada: CONTRASIDA. Una de las áreas que conformaba el programa
de la organización, era el
acompañamiento a los pacientes, en esta área colabore y ahí fue en donde conocí
a Antonio. Todos los que iban ahí eran personas muy pobres y con realidades
familiares muy difíciles.
Antonio, fue
el paciente que me asignaron, él era muy noble y amigable quien además no creía
en Dios, él vivía de la caridad, su hogar era un pequeño cuarto que una vecina
le dio y él, me contaba que lo que más
le dolía de toda la situación en la que
se encontraba, era que su madre le había
abandonado, ahora con lo de su enfermedad no quería saber
nada de él. Sin embargo, en medio de su dolor y su pena, la
luz que había en su interior era
muy grande. Recuerdo que nos unió una linda amistad, dentro de la cual en
ningún momento hable de Dios o religión, pues respetaba sus opiniones e ideas,
sólo procuraba darle mi tiempo, atención y cariño tratando de mostrarle al Dios
en el cual yo creo, pues sé que el Dios de Jesús ama incondicionalmente a todos
sin importar su credo, raza o religión.
Estuve acompañándole
alrededor de cuatro meses, cuando me despedí de él le regale un pequeño corazón
de madera el cual era un colgante para llevarlo al cuello; dicho colgante tenía tallado las letras MSC, él lo acepto con
mucho cariño y se lo colocó al momento,
un tiempo después me llamaron para comunicarme que Antonio estaba muy grave, ya
en fase terminal, cuando llegue a su lado estaba muy sonriente y muy
consciente, él me dice: Hna.
¡Gracias! ¡Gracias por todo! Sé que Dios ha estado y está conmigo, no estoy
solo, ¡Ah! Y sabe me quite el corazón del cuello porque me lastimaba, pero miré
aquí lo tengo, y mostrándome su mano me enseño el corazón que le había dejado.
Yo, solamente afirme lo que decía y acaricie su
rostro sabiendo, no sólo por lo que
decía, sino por lo que veía en sus ojos, que ahora él experimentaba al Dios cercano y
compasivo a quien le estoy agradecida por su presencia, pues desde esta
experiencia, Dios me invita a caminar de su mano sabiendo que más que mil
palabras es nuestra vida la que ha de mostrar a quien seguimos y amamos.
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