mayo 23, 2016

Compartiendo con Antonio




Foto: nombreweb.com 

Hace algunos días me pidieron que compartiera mi experiencia vocacional como MSC; era difícil tratar de resumir dicha experiencia en tan poco tiempo.
Sin embargo, recordando como Dios ha ido marcando y confirmando la llamada que me ha hecho, recordé la historia de Antonio.


Él era un joven de 28 años, quien tenía VIH-SIDA. Lo conocí cuando fui a colaborar a una organización llamada: CONTRASIDA. Una de las áreas que conformaba el programa de la organización,  era el acompañamiento a los pacientes, en esta área colabore y ahí fue en donde conocí a Antonio. Todos los que iban ahí eran personas muy pobres y con realidades familiares muy difíciles.
Antonio, fue el paciente que me asignaron, él era muy noble y amigable quien además no creía en Dios, él vivía de la caridad, su hogar era un pequeño cuarto que una vecina le dio y él,  me contaba que lo que más le dolía de toda  la situación en la que se encontraba,  era que su madre le había abandonado,   ahora con lo de su enfermedad no quería saber nada de él. Sin embargo, en medio de su dolor y su pena,  la  luz  que había en su interior era muy grande. Recuerdo que nos unió una linda amistad, dentro de la cual en ningún momento hable de Dios o religión, pues respetaba sus opiniones e ideas, sólo procuraba darle mi tiempo, atención y cariño tratando de mostrarle al Dios en el cual yo creo, pues sé que el Dios de Jesús ama incondicionalmente a todos sin importar su credo, raza o religión.
Estuve acompañándole alrededor de cuatro meses, cuando me despedí de él le regale un pequeño corazón de madera el cual era un colgante para llevarlo al cuello; dicho colgante  tenía tallado las letras MSC, él lo acepto con mucho cariño y  se lo colocó al momento, un tiempo después me llamaron para comunicarme que Antonio estaba muy grave, ya en fase terminal, cuando llegue a su lado estaba muy sonriente y muy consciente, él  me dice: Hna. ¡Gracias! ¡Gracias por todo! Sé que Dios ha estado y está conmigo, no estoy solo, ¡Ah! Y sabe me quite el corazón del cuello porque me lastimaba, pero miré aquí lo tengo, y mostrándome su mano me enseño el corazón que le había dejado.

Yo,  solamente afirme lo que decía y acaricie su rostro sabiendo,  no sólo por lo que decía, sino por lo que veía en sus ojos,  que ahora él experimentaba al Dios cercano y compasivo a quien le estoy agradecida por su presencia, pues desde esta experiencia, Dios me invita a caminar de su mano sabiendo que más que mil palabras es nuestra vida la que ha de mostrar a quien seguimos y amamos. 

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